miércoles, 5 de diciembre de 2012

Martes, 10 de noviembre de 2009
En algún lugar de un gran país.
Escuchando Born to be Wild.
Cagándome en todos los muertos de Cristo y sus no muertos.

Solo hay una cosa que me revienta más que tener que salir follado de casa porque no llego a clase. Y no, no es que mi colegio esté a una media de veinte minutos en coche desde mi casa, eso es algo que ya tengo asumido desde que comencé a ir. Es que a partir del bachillerato el autobús escolar ya no se te incluye en las cuotas anuales del centro, lo que significa tener que pagarlo aparte. Lo que quiere decir que si de normal en mi colegio te quitan un riñón cada vez que te sacan la factura del curso, para colmo pretenden cobrarte una media de treinta euros más al mes por el transporte. Y por ahí no paso.

Así que mamá me dijo:

-Pues yo no te pienso llevar en coche.

Porque desde que acabé cuarto de la ESO mi madre me cedió el viejo piso de mi bisabuelo, que está por el centro, para ahorrarnos las típicas broncas de convivencia que siempre hemos tenido porque ni ella ni yo sabemos vivir con gente, ni siquiera con nosotros mismos, así que vivo solo. Y la casa de mi madre está a media hora de la mía andando, más o menos, y ella se niega a levantarse a las seis y media de la mañana para llevarme a clase cuando "no es necesario". 

Lo lógico sería que mi madre me insistiese en llevarme en coche por no pagar el autobús, pero ya te irás dando cuenta de que mi figura materna no es la más equilibrada del mundo, a veces incluso dudo que deba considerarla una figura materna. 

A lo que iba, que el problema no es levantarme pronto, o ir follado porque soy incapaz de dormirme hasta las cuatro de la madrugada como muy pronto. La verdadera cruz que tengo que llevar a mis espaldas es tener que salir a las afueras de la ciudad, rumbo a polígonos industriales y urbanizaciones modernas y horribles paradas por la explosión de la burbuja inmobiliaria, jugándome la vida porque tengo que ir en plena autopista con la bicicleta. Sí, en bicicleta. Porque esa es otra. Mi padre, que tiene el trabajo cerca de mi colegio, se negó también a llevarme.

-El coche es solo para excursiones o viajes, hijo. Sabes lo que opino de contaminar el medio ambiente de forma estúpida.

Así que como el padre de Bosco es vegano, Bosco tiene que ir al cole en bicicleta. A su cole, que está a veinte minutos de la ciudad, en medio de la nada. Y como la madre de Bosco es la cosa más vaga que existe en el planeta pues Bosco tiene que ir a su cole en bici. A su cole, al cual solo puedes llegar por la autopista porque no hay ni línea de metro. Viviendo al límite. 

Quiero que quede constancia escrita de que si alguna vez me lío a tiros en El Corte Inglés la respuesta es sí, tengo carencias afectivas. O mayoritariamente tengo carencias de responsabilidades paternas. Por parte de ambos, por supuesto. 

Por eso mismo, cuando cojo mi gorra y me la planto en la cabeza, compruebo que lo llevo todo y salgo escopetado con la bici por la calle, en uno de esos días fríos de Noviembre, empiezo a maldecir la hora en la que mi madre no tuvo la lucidez de darme en adopción y quiso demostrar que era una especie de súper mujer y podía encargarse de mí pese a que, pasados ya diecisiete años de mi nacimiento, todavía no sabe ni hacerse cargo de sí misma.

Hace frío, y conforme aumento mi velocidad todavía lo noto más.

Lo gracioso de mis viajes al colegio no son solo las cruzadas que me pego y los intentos desesperados que hago para no terminar estampado en alguna cuneta con la cabeza abierta. No, es verme a mí haciendo todo tipo de peripecias con el uniforme del colegio. Y es que llevar uniforme cuando tienes ya diecisiete años puede parecer muy guay si estás en Hogwarts y haces hechizos y el profesor Snape te putea y tu le vacilas y todo eso, pero en la puta vida real, cuando no tienes una mega escoba voladora y te conformas con una puta bicicleta roja, hacer todo un camino en el ocaso del otoño con un frío que pela y la corbata de los huevos estampándose todo el rato en tu cara no mola nada. De hecho aumenta en grandes cantidades la mala hostia que, por lo general, suele tener la gente nada más levantarse.

Le sumas a eso que soy miope y apenas he dormido tres horas y te cagas. Imagínate lo contento que estoy ahora mismo.

Gracias papá y mamá por quererme tanto y ser tan comprensivos cuando estoy apunto de jugarme la vida cada mañana. 

Cabe destacar que cuando vas en bicicleta los pantalones del uniforme te tiran, y duele. Además llevo mocasines negros típicos de colegio. Imagínate. 

Mientas me congelo y lucho por no ahogarme con la corbata, los conductores me sueltan blasfemias cada dos por tres por las ventanillas de sus coches. Los "hijo de puta" son lo más típico. Luego también están los "vete a la mierda loco" o los "que te follen imbécil". Mis preferidos, desde luego, son los "me cago en la madre que te parió". Porque yo, en éstos momentos, también me cago en ella bastante. 

Intento ir por el nulo arcén que hay, pero me resulta casi imposible. Y teniendo en cuenta que debo llevar una velocidad importante para no llegar demasiado tarde es inevitable tener más de uno o dos sustos durante mi travesía. Cuando me doy cuenta de que he estado apunto de morir, suelo tener algo así como medio minuto para que se me pase el susto y reanudar mi viaje. Después de dos meses haciendo ésto y de haber estado a las puertas de la muerte en más de una centena de veces creo que me estoy habituando a pensar que, en cualquier momento, pueden aparecer mis sesos derramados por el asfalto de alquitrán. Y éste es el tipo de frase que Danny, mi mejor y más disfuncional amigo, denominaría como "típico melodrama Bosquiano"

Mientras me viene ésto a la cabeza, diviso a lo lejos el lujoso y enorme complejo en medio de la nada que compone mi colegio. Uno de los colegios más caros y pijos del país, al que voy porque mi madre quería hacer de mí un chico con grandes contactos y excelente futuro. Un colegio en el que sales sabiendo de todo menos modales y decencia. Y recuerdo, de paso, que todavía no me he presentado. Es curioso que tenga que presentarme en mi propio diario psiquiátrico. Y suena fatal que te cagas llamar a ésto así, pero como es mamá la que se ha empeñado en que vaya al psiquiatra para que me trate posibles traumas presentes y futuros, me reservo el derecho para llamar a ésto como me de la real gana, y si puede ser de alguna forma que la chantajee indirectamente de forma emocional pues mejor.

Al caso. Hola, me llamo Bosco Coll, tengo diecisiete años y unos padres que aparentan tener cinco años menos que yo mentalmente hablando. Mi entorno de personas diarias se compone por gente con psiques agudas y graves que sí tendrían que ser tratadas, y yo me paso la vida jugándome el pescuezo por la irresponsabilidad de mis progenitores. Pese a todo, me considero una persona muy tranquila y bastante más contenta con su vida que la gran mayoría de la población que, últimamente, se está volviendo demasiado existencialista para mi gusto.

Soy libra y prefiero a las morenas que a las rubias.

Casi me estampo contra una moto.

Luego hablamos. 

Bosco. 




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