miércoles, 6 de febrero de 2013

Personaje: Bosco coll
Historia: Condenado.
Relato escrito en los 8 minutos que dura la canción de Tunnel of Love de Dire Straits. No la he releído, ni siquiera revisado, no se que habrá salido de ésto, pero me da igual porque me ha salido en ocho minutos a toda leche y ya leeré lo que he escrito mañana.. Bosco es todo Tunnel of Love. su historia tiene un soundtrack Dire Straits y éste es un pequeño homenaje. 



No se muy bien que tienen los Dire Straits que me hacen viajar a otra época y sentir el humo de un cigarro que nunca me he fumado. Me traslada a las calles nocturnas y mojadas por las que nunca he transitado, iluminadas por luces tenues y amarillentas que no he llegado a ver jamás. Cuando cierro los ojos escuchando Tunnel of Love, mi mente viaja a aquella fatídica noche de inicios de los noventa en la que el alcohol corría y las risas se ahogaban en vasos de tequila barato. El olor a porros de filtraba por los corazones solitarios de dos personas que no se podían ni ver pero que estaban unidas por la fina línea de lo que pudo ser y jamás fue. La voz de Knopfler era lo único que tenían en común y, al mismo tiempo, aquello que abría un abismo entre ellos.

Papá reproduce esa canción una y otra vez en sus largas noches de trabajo, mamá lo hace cuando desea perderse en una época donde la palabra libertad todavía albergaba algún significado en su vida. Y ambos se pierden en sus notas musicales como cuando, hace ya tanto tiempo, dejaron a un lado todo resquicio de raciocinio y se entregaron a sus instintos más primarios.

Él canta esa canción como si se le fuese la vida a cada estrofa. Ella simplemente se pierde en sus pensamientos.

Los Dire Straits es lo único que los dos adoran casi tanto como a mí. Solo los escuchan cuando es de noche, porque ambos piensan que la noche mata todo lo que está vivo y deja aflorar a los demonios humanos. Porque cuando se trata de esa guitarra lenta y dolorosa, plagada de melancolía, los dos hacen una tregua y se dejan llevar. Papá desde su casa en las afueras, mamá desde su piso en el centro de la ciudad. Papá con la rabia corroyéndole las venas, mamá con la tristeza de quien fue vencido y jamás lo querrá reconocer. Ambos con el recuerdo de una noche que les cambió para siempre y que, sin embargo, la amnesia del absenta no les deja recordar. Solo recuerdan Tunnel of Love y el olor a vómito aliñado con ambientador de baño público.

Sonaba esa canción cuando ambos decidieron que ya era hora de hacerse daño, de destruirse mutuamente de la mayor de las maneras. Mientras la música daba vueltas en una montaña rusa de feria, ellos se arañaban y se mordían en la parte trasera de aquel local, intentando transmitirse mutuamente el rencor de dos años de odio visceral.

Es un túnel del amor. Un túnel de odio disfrazado de pasión. Y ellos nunca terminan bien después de escuchar esa triste canción, porque siempre acaban con la vista perdida en las luces de la noche y las calles desiertas de la madrugada en la que sus destinos fueron sellados concibiéndome a mí.

Soy hijo de los Dire Straits, y a veces soy capaz de escuchar los gritos de resentimiento que se ahogaron entre la música del bar y las risas de la gente que consumía sus juventudes a sorbos de chupito multicolor.

Bailo como lo hace papá y pienso en lo que piensa mamá. Soy una fusión entre ambos cuando escucho las letras melancólicas de un grupo que ya pasó de moda. Soy el resultado de unas notas que se perdieron por un retrete cualquiera en un lugar que les cambió la vida a ambos, y que me la dio a mi. Soy un accidente provocado por el resultado de varias sustancias y la música adecuada.

Ahora, sumido en la penumbra, escucho como la guitarra llama a todos los corazones que, con añoranza, recuerdan tiempos pasados que, sin duda, fueron mucho mejores para todos. Y mientras el resto de instrumentos comienzan a acompañar a la solitaria guitarra, abro los ojos y noto como las imágenes se desvanecen, los sonidos quedan lejanos y los recuerdos que no son míos desaparecen para intentar encontrar el olvido, que huye de ellos despavorido.
Le doy una calada al cigarro, como mis padres hacen siempre que escuchan la canción, y bebo un sorbo de vino, porque nunca puedo escuchar esto sin alcohol. A mi edad, mi madre ya me había tenido y, según cuenta la leyenda, el día en que me tuvo pidió que le pusiesen en su habitación ésta canción. Y la escuchó una y otra vez, como lo hizo mi padre el día anterior al que me conoció.

No se muy bien que tienen los Dire Straits, que cuando los escucho siempre tengo la sensación de que todo va a ir bien, como si me asegurasen que la vida, simplemente, está siguiendo el curso correcto. Y cierro los ojos, y me vienen las imágenes de un futuro que todavía no existe y del cual no se si quiero ser protagonista, pero es un futuro en el que la vida sigue y todo está en su sitio. Y creo que me pasa porque cuando viajo al pasado y la gente baila, a juventud embriaga y el alcohol enseña a amar, me percato de que todos los errores han llevado a que yo esté hoy aquí, augurando un futuro lleno de gloria.

Así que la guitarra se despide, y la música se apaga, y yo me termino el cigarrillo con una sonrisa en los labios. Porque los Dire Straits son capaces de transformar el odio en pasión y el resentimiento en comprensión, y son los únicos que pueden calmar mis nervios cuando no puedo ni con mi propia alma. Porque ellos me concibieron, así, con ese poder de unión pacificadora que tienen al ser mezclados con alcohol y otras sustancias. Ellos son lo único que mis padres tienen en común aparte de mí, y son lo único de los dos que he sacado por igual.

Se acaba Tunnel of Love y yo siento como que termina una etapa, como cuando se terminó la canción aquella noche al tiempo en que dos jóvenes con demasiadas ganas de destrozarse concluían una tarea que cambiaría sus vidas para siempre.

Tal vez mi vida cambie para siempre después de ésta noche. Tal vez solo sea una noche más.

Cojo las llaves y me las guarde en el bolsillo, es hora de abrir los ojos y enfrentarme al presente, a mi realidad. Tarareo mentalmente y me digo a mi mismo que la vida es un tune del amor y el odio. Y salgo de casa dispuesto a comerme el mundo rasgando una guitarra melancólica dentro de mi cabeza.

Ellos siempre logran unir aquello que está separado por los más grandes abismos. Siempre te avisan de que, cuando los escuchas, es porque termina una etapa y comienza una totalmente nueva. Y no se si será mejor o peor, pero si algo he aprendido del grupo que me creó y me vio nacer, es que por más malos que sean los acontecimientos son exactamente los que tienen que suceder.

Por ello los gemidos sonaban a gritos de reproche aquella noche.

Por eso la vida es un túnel del amor.