lunes, 8 de octubre de 2012

Nadie podía dar crédito, la situación resultaba casi surrealista. No puedo permitirme generalizar, pero creo que no pasará nada si hago una excepción y apuesto lo que quieras a que todos los que estábamos presentes reproducíamos en nuestras mentes la misma imagen. De pronto, era como si nos encontrásemos asistiendo a un combate de boxeo, rodeando el cuadrilátero, observando a cámara lenta como el campeón de los pesos pesados, aquel invencible que había logrado derrotarnos a todos, perdía el equilibrio lentamente, precipitándose hacia un vacío negro, un pozo sin fondo. 

William caía, y ninguno de nosotros movería un dedo para evitarlo, él solo se lo había buscado. Nosotros, sencillamente, nos limitábamos a vitorear su derrota. Un nuevo David había llegado para demostrar lo que puede suceder cuando la fama convierte a los hombres en falsos gigantes. Y nosotros, el pueblo atemorizado por la bestia, no podíamos hacer otra cosa mas que rendirnos ante el nuevo rey, nuestro salvador, aquel que había logrado vencer a el viejo David convertido en Goliath. Aunque en éste caso, para nuestra satisfacción y una mayor humillación del gran William, en lugar de un nuevo rey había llegado una reina, un vestigio de su pasado que él creía enterrado y llegaba para recordarle que cuanto más intentamos escapar de nosotros mismos, aquello que fuimos siempre vuelve a nuestro presente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario