miércoles, 10 de octubre de 2012

El otro día me acordé de ti, tío. Ya sabes que los viernes tengo por costumbre ir al pub Darkness, tradición adolescente, tal vez, porque yo ya no tengo una estética heavy, ni punk, ni nada de eso. Pero supongo que es una parte de mi pasado que no me disgusta, y me trae recuerdos de una época que pudo no ser mejor, pero sí más sencilla.

Llegué sobre las nueve, como siempre, había quedado con un par de viejos amigos que todavía no habían llegado, y paseé mis ojos por el local. Todo era negro, haciendo honor a su nombre, y con un aspecto algo más lúgubre de lo normal. La música de AC/DC retumbaba entre las paredes y la mayor parte de los asientos estaban vacíos. Era una maña noche, de hecho llovía, así que apenas había aforo. Después de pedirme una pinta en la barra y sentarme en un taburete, me di una vuelta sobre mí mismo, rotando encima de mi asiento, matando el tiempo, y entonces algo me llamó la atención. Era un muchacho que desentonaba en el ambiente, iba bien vestido, con camisa azul claro y unas pintas más própias de las revistas que lee mi novia que de la gente que suele ir al Darkness. Pero más que eso, lo que me llamó la atención del chico fue la cara de piso que llevaba. Le despuntaba la poca barba que le salía, llevaba unas ojeras más grandes que las de Nosferatu y los ojos inyectados en sangre. Pensé que tal vez podía ser un yonki o un borracho, pero dada la marca de su camisa y las horas que eran descrté ambas posibilidades. Miraba como hipnotizado su jarra vacía de cerveza, sus ojos eran azules, pero no un azul intenso sino uno muy claro, casi como celeste, y resaltaban todavía más dado el estado de sus ojos. Los tenía muy abiertos, y casi ni pestañeaba.

-Lleva ahí toda la tarde -me dijo Joe, el camarero y dueño del Darkness-. Me ha pedido un par de jarras y poco más.

Alcé las cejas, asintiendo, sin dejar de mirarlo. Finalmente me encogí de hombros y me volví hacia la barra, le pedí a Joe algo para picar y miré el reloj. Mis queridos amigos se retrasaban veinte minutos, muy en su línea.

Al cabo de unos diez minutos, sorprendí al muchacho pidiendo otra jarra, justo a mi lado derecho. Lo miré, sobresaltado, de cerca y con las luces dándole de pleno era todavía más pálido y tenía un gesto mucho peor. La camisa de Carolina Herrera manchada de cerveza, y unos acartonados vaqueros de la marca Levi's llenos de barro. Tuve la sensación de que había decidido pasear bajo la lluvia sin paraguas, y poco le importaba pillar una pulmonía o algo similar. 

-¿Cuanto te debo? -La voz del chico sonaba ronca, desgastada. Estaba afónico. 

Joe le hizo un gesto indicándole que podía pagar después. El muchacho asintió y soltó uno de los suspiros de resignación más desesperados que he presenciado jamás. Cruzamos una mirada, y un rato más tarde, a la vista de que mis amigos iban a darse tiempo en llegar y él estaba solo, nos encontramos hablando en su mesa. Él necesitaba hablar, y era de esas personas que nunca hablan con nadie, al menos no de las cosas que realmente tienen que ser habladas. A mi me daba igual escucharle, tenía tiempo de sobra. 

El chico me contó que su mundo se había ido a la mierda. Estaba pasando por una de esas etapas que todos conocemos a los dieciséis o diecisiete años, esa etapa en la que todos nos creemos los reyes del mundo, todopoderosos dioses que son capaces de conseguir cualquier cosa y salirse siempre con la suya. Él iba a cumplir los veinte, pero ahí estaba, llorando sin soltar una lágrima en un bar al que jamás habría entrado en su vida, contándole sus problemas a un desconocido. Él había pasado de ser David a Goliath, y había olvidado que los gigantes siempre son vencidos. Ahora era un dios desterrado al mundo de los humanos, y no sabía qué hacer. Todos sus esquemas, todos sus planes se habían ido al traste. Su popularidad había caído en picado, me contó, su novia le había dejado.

-Y mira que no la quería -me confesó-. Era la tía con la que quería estar. Guapa, buena estudiante, adinerada... ya me entiendes, un buen partido. Pero me jode, por orgullo. 

Me dijo que hubo un tiempo, hace poco, en el que todos querían salir con él, y ahora solo le quedaban dos o tres amigos. 

-Los de verdad -le dije, con una media sonrisa.

Y él me contestó:

-Pero jode igualmente. 

Además, con todo lo que le pasaba, iba mal en los estudios y podía perder su beca, lo que implicaría una mancha en su expediente, lo que daría como resultado un retiro de dinero por parte de sus padres. Estaba destrozado, hundido. Tal y como presupuse, le daba todo tan igual, que incluso había salido a la calle sin paraguas.

-¿Qué mierda importa? Total, todos vuelven a verme como un fracasado. 

Se había esforzado tanto por crearse una imagen de triunfador, una coraza de éxito, que había olvidado prevenir el fracaso y cómo reaccionar ante él. Había dejado a un lado el hecho de que la vida, como yo mismo le dije, es como una montaña rusa; a veces se está en lo más alto y otras, sin poder evitarlo, nos encontramos en el punto más bajo de todos. Asintió, aunque a regañadientes, y me dijo que había jurado no bajar jamás. 

-Eso no puede evitarse, tío. Es lo que hay -le contesté yo. 

Él había pasado de ser un plebeyo, un bufón, al rey de reyes. Y ahora lo habían destronado. Había llegado alguien de su pasado, alguien que durante los tiempos más oscuros de su vida había sido uno de esos nobles que se meten con los criados. Y al verlo como rey, al contemplarlo como tirano, había decidido destapar la caja de pandora de sus secretos y hundirlo en lo más profundo de su miseria. 

-Tal vez si no te hubiese creído más de lo que fuiste, si hubieses sido humilde teniendo en cuenta quien fuiste, ahora no estarías así -le dije. 

Él me miró.

-Aquello era el pasado. Y yo vivo el presente.

Le sonreí.

-El pasado es parte de nuestro presente. Mírame ¿tengo pinta de venir aquí? No, pero ésto es parte de mi pasado, de lo que fui. Y sin haber sido aquello, hoy no sería quien soy -le puse una mano sobre el hombro de forma paternal y lo miré fijamente-. Si no aceptas tu pasado y actúas en consecuencia durante tu presente, corres el riesgo de que éste vuelva y te de una buena hostia en toda la cara. Aunque solo sea para ponerte los pies en el la tierra. 

No me dijo nada, y yo tampoco. A los pocos minutos llegaron mis amigos y yo me despedí de mi nuevo conocido con un apretón de manos. Me dio las gracias, y la verdad es que noté que lo hacía sinceramente. Después de nuestro apretón me preguntó mi nombre y se lo dí, él asintió, pensativo, y me dijo por cortesía:

-Yo soy Will -suspiró-. William Green. 

No caí hasta minutos más tardes del nombre. Te había escuchado muchas veces hablar de aquel William Green que se paseaba cual pavo real, contoneándose de forma soberbia y narcisista, alardeando de sus éxitos y resaltando los fracasos de otros. Aquel a quien habías llamado invencible hacía mucho tiempo, y que me habías comentado hace poco que parecía estar cayendo en picado. Tuve la intuición de que era él, y cuando vi un par de fotos en tu Facebook estuve seguro.

¿Qué te parece, tío? Las cosas de la vida, eh. No me pareció un mal chico, solo algo niñato para su edad y muy confundido. Quien sabe, tal vez ésto le sirva de lección y dentro de unos meses me hables maravillas de él. Sabes que siempre he creído en la redención y tal y como le vi, no me extrañaría una por su parte. Tal vez, simplemente, le hacía falta tocar fondo. A todos nos hace falta tocar fondo de vez en cuando, va bien para desconfigurarse y restaurarnos de nuevo. 

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