domingo, 23 de septiembre de 2012

Odio ponerme traje, odio las fiestas multitudinarias y odio las graduaciones. 

Estoy aquí, de pie, como si fuese gilipollas, esperando a que me saquen tres o cuatro fotos de grupo. Unas irán a parar a la Sala de Trofeos, donde se encuentran las fotos grupales, enmarcadas y ordenadas, de todas las generaciones que pasaron alguna vez por aquí. Otras irán a parar al anuario, uno que disfrutarán los que todavía sean alumnos de éste colegio, porque yo ya estaré lejos de venir a por uno de esos ejemplares propagandísticos y mal redactados.

Danny está detrás de mí, las fotos van por orden de altura y, lamentablemente, los veinte centímetros que nos separan representan una diferencia demasiado grande como para que podamos ponernos el uno al lado del otro. Afortunadamente, Helena se mantiene a mi derecha. 

Soy el segundo mejor alumno de mi promoción y el peor en lo que respecta a conducta. 

La foto grupal es de todo el curso. Todos con sus bandas conmemorativas colgadas de los hombros, vestidos de punta en blanco encima del escenario del Salón de Actos. Posando, todos nosotros, para la posteridad. Odio éste tipo de circos, sinceramente. Silvia me mira con odio desde la esquina inferior derecha , corté con ella hace dos semanas, decidí esperar a que pasase la Selectividad para no joderle una posible plaza universitaria. No creo que se la joda, porque diréctamente no creo que la acepten ni en Trabajo Social. Ahora me odia, pero es una carga con la que podré vivir. 

Los trajes me quedan fatal, están hechos para tíos como Danny, con su metro noventa y su delgadez lánguida. A él le quedan bien, a mi me hacen canijo. Resoplo, lo peor está por llegar; luego nos iremos todos de cena de gala, la última cena de curso que tendremos los unos con los otros después de casi quince años. Y después de cenar desembocaremos en la discoteca de moda. Vamos, un planazo de eso que me acortan la vida paulatinamente. 

Mi padre está apoyado al lado de la puerta de salida, puedo verlo desde aquí. Me sonríe con cara de circunstancias, y en éste momento me dan ganas de irme con él y pasar de toda ésta mierda. Mi madre está sentada en primera fila, se ha vestido de forma elegante y hay un par de padres divorciados (el de Eduardo, el tío de la clase C y el de Marc, también del mismo grupo) que no paran de mirarla. Ella, como de costumbre, no les hace ni puto caso. Se considera demasiado joven y atractiva para la gran mayoría de hombres de esa sala. Mamá mira su IPad con aburrimiento, haciendo caso omiso al discurso de mi director. Creo que se muere por fumar. A mi padre también le pasa, se lo noto en sus ojos y en la pierna nerviosa que no para de moverse.

Espero que no se encuentren en toda la noche o estallará la Tercera Guerra Mundial. 

Ésto se acaba, oigo decir a alguien detrás de mí. Y pienso en los quince años que he pasado en éste sitio. Desde que tenía dos o tres años hasta ahora, siempre en el mismo lugar, con la misma gente, con las mismas cosas. No soy una persona muy dada a la aceptación de cambios radicales, pero me estoy haciendo a la idea, a la fuerza, de que me tengo que olvidar de todo ésto. Me quedaré con unos pocos conocidos, menos amigos, pero al menos pasaré página. No estoy asustado, pero en cierto modo estoy triste. 

Rectifico; odio los cambios. 

Las típicas pavas tontas ya se han puesto a llorar. Yo tengo que aceptar que me está entrando la morriña. Danny se irá en Octubre a estudiar en Cambridge, su padre tiene el dinero y los contactos necesarios para enchufarlo, y él ha sacado buenas notas después de todo. Aunque no tan buenas como yo, evidentemente. Helena, por su parte, gracias a su excelente expediente académico (ella ha sido la primera de nuestra promoción) recibió una beca para Oxford, así que también se irá pronto.

Mis dos mejores amigos se van, otros tantos se largan a diversas ciudades del país y yo me quedo aquí. 

He recibido varias ofertas de distintas universidades, incluso algunas en Estados Unidos, pero no las he querido aceptar. Mi madre dice que soy imbécil, mis amigos que soy gilipollas. Papá dice que estoy loco. Yo pienso que puedo hacerlo, empezar por lo bajo, como un mierdecilla, y acabar dándoles una patada en la boca a todos. Por eso no dejé que me adelantasen dos cursos, porque me gusta seguir siendo el mejor aunque no acepte los tratos de favor. Creo que prefiero estudiar en un sitio mediocre y demostrar dentro de unos años que soy mejor que un alumno de Harvard o Stanford. Me gusto, y confío en mí. Se que lo conseguiré vaya. 

El director ha dado la estocada final a su discurso, los padres empiezan a aplaudir, las chicas a llorar, los tíos a abrazarse. Yo miro a Danny, que se encoje de hombros. Hoy cenamos juntos nosotros dos y Helena. Mi madre y la de Danny se van juntas a un restaurante muy caro y mi padre se marcha a los Alpes mañana a las siete de la mañana. Todo parece muy rutinario, muy habitual, pero no lo es en absoluto. Ya no volveremos a escuchar un discurso del Padre Rogers, ni yo temeré por la seguridad de la población cuando vea a mis padres bajo un mismo techo, ni miraré a Danny con cara de circunstancias y aburrimiento suicida después de dos horas de charla. Ya no serán las mismas caras, ni las mismas historias de siempre, y no puedo evitar sentir que algo se rompe.

Odio los cambios, la verdad. Pero es lo que hay.

Dos horas después, de camino a la discoteca a la que yo no quiero ir, Helena preferiría evitar pero Danny adora, estamos hablando del tema. Danny ya conduce, cumplió los dieciocho en Enero, se sacó el carné y su padre le ha comprado un BMW de última generación. Te diría el modelo pero no tengo ni puta idea de coches, el caso es que está muy chulo. 

Helena tiene miedo, dice, porque no sabe como le irá. Danny siempre ha sabido que con dinero se puede comprar hasta las almas de los hombres, y como está podrido de pasta no tiene preocupaciones. Yo les digo que seré el mejor, porque siempre lo soy, porque solo juego para ganar y sino pues no muevo ficha, asegurándome victorias. Y les digo que, por otro lado, les echaré de menos. 

Danny sonríe y me dice:

-Tienes que hacernos un favor, tío.

-¿Cual?

-Si nos llamas, nos hablas por Skype o lo que sea y nos dices que has conocido a una chica, por favor...

-Que no sea una hija de puta con problemas afectivos o una psicópata promiscua. Porque otra pieza desequilibrada más y nos pegamos un tiro -termina Helena con frialdad-. Deja de seguir a tu polla y utiliza la cabeza, por favor. 

Yo me río, a carcajadas, pero en realidad me da pena. Porque aunque suene raro, si yo conociese a una chica normal, sin que fuese una especie de terrorista emocional como Carla o una guarra psicótica como Silvia, entonces sería todo un logro, pero también indicaría que, definitivamente, es un hecho: todo habríua cambiado. 

3 comentarios:

  1. Me encantan las historias de Bosco, sinceramente.. ¿Sigues publicandolas? Todos los personajes eran increíbles :P

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  2. No públicamente, pero si que pongo muchos cachos sueltos por aquí :) Es mi hijo favorito, no puedo no mostrarlo xD

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  3. Lo digo porque hace mucho vi que lo publicabas en fictionpress y me dio pena no leerlo... pero bueno, ¡seguiré viendo por aquí! ¡Mucho ánimo,que escribes genial! ^^

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