Wolf era un muchacho que llamaba poco la atención cuando era visto. Su aire taciturno y su estatura algo más baja que la media lo camuflaban fácilmente en las multitudes. Era un chico delgaducho y taciturno, y los poco músculos que había formado se debían a las sesiones de caza y a los turnos de reconocimiento. A sus veintiún años, todos los miembros de su camada se habían engresado en algún oficio, y más de la mayoría habían partido ya a otros pueblos lejanos para ofrecer sus servicios. Wolf, por su parte, comenzaba aquel año su tercer intento de aprender oficio tras dejarse los otros dos que había comenzado. Decía estar centrado, pero nadie le creía. Tenía veintiún años y se iba quedando cada vez más solo, viendo partir a sus camados a tierras lejanas, quedándose estancado en su montaña permanentemente. Negándose a crecer, a madurar, a aceptar responsabilidades. Wolf era una de esas personas que esperaban algo, un milagro o una señal, un acontecimiento que cambiase su vida, que le hiciese abrir los ojos. Tal vez hubiese sido mejor que se armase de valor e hiciese las cosas por sí mismo, o tal vez era bueno que permaneciese con aquello actitud. Wolf no lo sabía, pero su vida daría un vuelco el decimosexto mes de la primavera del año 1015 D.G. Aunque seguramente no era lo que en aquellos momentos él quería, no lo era en absoluto.
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