La Cantante lo había entendido; que daba igual la competición, que aquello solo era una caza de brujas. Una forma de ganar dinero, tener contento al populacho analfabeto y a las clases bajas a la vez que los miembros del Congreso conseguían a un nuevo miembro para su horrible secta de poder. La Cantante lo sabía, su hermano intentó años atrás burlar al Congreso y fue desterrado a tierras de salvajes. Aquel que cometía estupideces semejantes era condenado a la pena máxima, y estaba seguro de que Virgil también acabaría fuera, antes o después. Pero la Cantante entendía que Virgil era distinto, no era un apasionado como todos los demás que estaban dentro del Programa, él era diferente. Virgil no anhelaba el éxito, ni la fama ni el poder. Virgil tan solo quería cambiar las cosas, derrotar al Congreso y arreglar aquello que, hacía décadas, parecía un pozo sin fondo, un agujero negro que se tragaba las fuerzas y esperanzas de toda la población. Además Virgil no era como su hermano, Virgil era un simplón, un ser condenado desde su nacimiento a las tareas mediocres y sencillas que aquellos concebidos de forma biológicamente natural tenían asignadas desde que nacían. Aquel muchacho paliducho, guapo pero desaliñado, era un hijo de la naturaleza, un ser humano no alterado genéticamente. La gente como él carecía de talento, y Virgil era capaz de absorverlos todos y hacerlos suyos, como una esponja. No, Virgil no era normal, le habían educado para no desear más de lo que podía conseguir, y así actuaba. El problema radicaba en que, dentro del Programa, Virgil podía conseguir cualquier cosa siempre que tuviese los entrenadores adecuados.
El Deportista y las Bailarinas habían accedido a entrenarlo. Ella, la Cantante, también. El Químico estaba de su parte y el Matemático había caído semanas antes, al igual que el Lingüísta. Todos ellos -y los que, poco a poco, se iban sumando a aquel proyecto- lo habían comprendido: el Programa no valía para nada, estaba obsoleto, desfasado. ¿De qué servía que todos se peleasen con uñas y dientes, se hiciesen las mil perrerías y fuesen capaces hasta de matarse tan solo por conseguir plaza en el Congreso? ¿De qué valía? Ellos habían sido engendrados y manipulados para ser los mejores en distintos campos, se les había concebido en la mente de sus adinerados padres como proyectos de éxito ¿Y todo para qué? Para que les lavasen el cerebro con falsas promesas de efímera gloria y luego los desdeñasen como si fueran máquinas inservibles. Habían comprendido y aceptado que no tenía ningún mérito ser creados expresamente para triunfar en algo y hacerlo, que la verdadera validez residía en aquellos capaces de llegar a su nivel partiendo de la nada. Y alguien capaz de alcanzar tantos niveles como Virgil tan solo podía ser un elegido, un salvador, alguien que los librase de todo aquello.
Pero para acceder al mayor de los puestos, para llegar a ser el Presentador, el chico necesitaría pasar con nota todas las pruebas, y si el Pianista no aceptaba no lo lograría jamás. La Cantante no podía enseñarle los entresijos de la prueba instrumental, ella había sido creada para cantar, no para tocar. Todas las funciones cerebrales que podían llevarla a ir más allá fueron bloqueadas de su cerebro durante su niñez, tal y como estipulaba la Ley Julius de Concepción Natal. Aunque lo intentase no podría. El Pianista era el mejor en ese campo, pero también era demasiado vanidoso y ambicioso para ayudar a aquel chico.
Sí, ella lo conocía bien. Sabía que su sed de poder y sus ansias de éxito y reconocimiento lo cegaban. Nunca permitiría que ningún simplón mediocre aprendiese de él, y mucho menos intentase superarlo. El Pianista estaba ciego, su ego era más grande que él. No era por la plaza en el Congreso, ello le atraía, sí, pero la Cantante sabía que toda aquella cabezonería altanera no era más que unas ganas tremendas de ser reconocido y admirado por el populacho. Deseaba ver su cara en todas las macropantallas, que la gente lo reconociese por la calle, que las mujeres lo deseasen. Así era él, y no iba a dar su brazo a torcer. La Cantante conocía a otros nacidos para triunfar tocando, pero él era el mejor, y precisamente por ello rehusaba a ayudarles. Tal vez Virgil nunca llegase a ser tan bueno como él, pero la Cantante aseguraba que, muy en el fondo, el Pianista sabía que si aquel chico lograba un cincuenta por ciento de lo que él había conseguido, tendría muchísima más validez. Y eso no podría soportarlo, era un hecho.
-Las ramas artísticas son complejas -le explicó el Médico a Virgil. La Cantante salió de sus pensamientos y atendió a la conversación-. Las ramas científico-puras son exactas. Si los números, las ecuaciones, las fórmulas son correctas todo está bien. Pero en las artísticas los jurados son bastante...
-¿Hijos de puta? -Comentó el Deportista-. Sí, y mucho.
-Se basan en el subjetivismo y las notas suelen tirar hacia lo bajo -prosiguió-. Para poder acceder a la Maratón deberás sacar una media de ocho coma cinco en todas las categorías. Si damos por hecho que las humanidades y las ciencias, tanto puras como de otras variantes, las puedes tener fácilmente suplidas dadas tus habilidades, nos quedan las artes. Las categorías se subdividen en escénicas y plásticas.
-Las plásticas son mi fuerte, no creo que haya duda de eso ¿no?
-Sí, pero hay un problema -intervino de nuevo el Deportista-. Nos está costando mucho que alcances los requisitos básicos para que superes la rama de deportes. No eres demasiado bueno que digamos, y el hecho de que no te previnieran de enfermedades que puedan afectar a tus pruebas físicas dificulta nuestros entrenamientos. A mi me crearon para tener un ínfimo nivel de probabilidades a la hora de las enfermedades pulmonares o cardíacas, por ejemplo, pero a ti no y eso se nota. Competirás con tíos que no pueden tener un ataque al corazón a no ser que les den una caña inhumana, y lo que es inhumano para ellos o para mí en ese sentido no es lo mismo para tí ¿entiendes? Si sacas mala nota en Deportes y en Artes Escénicas no podrás pasar a la Maratón. Tendrías que asegurarte las Escénicas y no tienes ni puta idea, tío.
-Ellas me están ayudando -Virgil estaba serio pero sereno, parecía poseer una confianza en sí mismo casi demencial.
-Sin un músico no podrás pasar del cinco. No puedes ir a dos de tres, Virgil, es muy arriesgado -le recordó la Cantante, seria. Sus preocupaciones se confirmaban cada vez más.
-¿Tampoco podía ir a más de una categoría no? ¿Tampoco nadie antes que yo había competido en todas las disciplinas ni había intentado acceder a la Maratón, cierto? ¿Y no es verdad que ningún simplón en la historia de nuestra Polis había llegado a donde estoy yo? Puedo hacerlo, Monk, créeme.
-No es que desconfíe de tí, Virgil. Es que no puedes aprender a tocar nada por ciencia infusa.
El Lingüista suspiró, abatido, y miró a la Cantante con gesto de súplica.
-¿Y no podríamos convencer a otro músico?
-No a otro lo suficientemente bueno para que Virgil pueda optar a la nota necesaria. O es el Pianista o Virgil tendrá que competir en solo dos disciplinas escénicas. Y no es por nada, pero eres arítmico y tu voz es mediocre.
-Podríamos practicar más los mil metros... -sopesó el Deportista.
-Claro, y que le de un infarto múltiple y le reviente el pulmón, no te jode -Lo interrumpió una de las bailarinas-. Virgil puede sacar buenas notas, pero no puede ser el mejor. Él es capaz de aprender todo lo que le enseñemos pero nosotros hemos sido creados para ganar, no tiene nuestras mismas facultades.
-Me arriesgaré con otro músico, la Saxofonista me dijo que estaba dispuesta -sentenció Virgil, finalmente.
Pero la Cantante negó con la cabeza, no lo entendían. Virgil iba justo en las disciplinas que requerían de él un esfuerzo físico. Para entrenarse necesitaba a los mejores, no a los segundos mejores ni a los terceros en la lista. Necesitaba a aquellos que optaban a ser el número uno en sus disciplinas, no podía contentarse con segundos platos.
-No te servirá de nada, lo necesitas a él.
-Pero él me odia. No se si recuerdas que casi me mata.
Ella chasqueó la lengua. Sabía del odio del Pianista hacia Virgil, y de hecho lo entendía. Era el mismo odio que ella le tuvo en un principio, el odio de ver que alguien como él podía acceder a su categoría e incluso dominar otras. Pero era un odio basado en el miedo, un pánico a que todo aquello por lo que vivían, por lo que habían sido creados pudiese desmoronarse. El Pianista necesitaba entender que aquello solo era un juego, una estúpida caza del zorro que aquellos cerdos del Congreso habían creado casi mil años atrás para divertirse y mantener al pueblo a raya. Hasta que no entendiese que él solo era una marioneta más, entonces nunca llegarían a buen puerto.
-Volveré a hablar con él -dijo finalmente la Cantante-. Pero no prometo nada. Si me vuelve a decir que no cederemos ante las propuestas de otros. Pero siento decirte, Virgil, que si mis expectativas se cumplen lo vas a tener crudo para pasar a la Maratón.
Y crudo era una forma suave de decirle que no tendría posibilidades, que todo el plan se iría al carajo, que todas las esperanzas y los logros se hundirían y que nada de lo que estaban haciendo iba a servir y todo quedaría en tiempo y oportunidades tiradas a la basura.
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