lunes, 17 de septiembre de 2012

No se como hemos llegado a cargarnos el cristal de un escaparate a las cuatro y media de la madrugada. Bueno, en realidad si que lo se, porque no íbamos borrachos ni habíamos ingerido una dósis peligrosa de estupefacientes. De hecho el único que se ha fumado un par de porros soy yo, y después de pasarme casi dos décadas con un padre muy liberal en cuanto al consumo de sustancias no es que la marihuana me afecte mucho. No en pequeñas cantidades.

Pero aquí estamos, los tres imbéciles plantados delante del escaparate de Zara mientras la alarma no para de sonar. Me encuentro en una de las múltiples situaciones surrealistas que en términos normales solo ocurren en las películas pero a mí siempre me pasan. Puede que mi condición de accidente sexual haga de mí un eterno imán de momentos sin sentido, o puede que mi educación disfuncional y la consiguiente elección errónea de amistades haga de mi vida un caos constante. Yo prefiero pensar que el aburrimiento es malo y los últimos meses de minoría de edad y ocaso adolescente peores todavía. Aunque tan solo me autoengañe para sentirme mejor. 

Al caso, que la policía no debe tardar mucho en llegar, Helena ha echado a correr para no perder su beca en Oxford y Danny está buscando desesperadamente el número de su padre para pedirle al multimillonario Cromwell que le saque de otro de sus aprietos. Yo, como buen espectador, o como buen director, observo toda la escena desde fuera, como si nada fuese conmigo. Suelen decirme que soy una persona muy deshumanizada, pero te aseguro que mi frialdad ayuda mucho para no sufrir un colapso nervioso en momentos como éste.

Todo ha empezado a eso de la una de la madrugada. Como es habitual yo no podía dormir, y casualmente he visto en Facebook a Danny conectado. Podría haberle hablado por el chat como cualquier ser humano normal, pero como nunca me he caracterizado por seguir el camino de la coherencia, he decidido llamar a la una y cuarto de la madrugada a mi mejor amigo. Y la conversación ha sido algo como ésto:

-Eh.
-¿Por qué me llamas tío?
-Estás en Facebook.
-Joder, me lo he dejado encendido sin querer.
-¿Pero estabas durmiendo?
-No.
-Pues entonces.
-Eres subnormal.
-No, me aburro.
-¿Y a mí que cojones me importa?
-Eres mi amigo, se supone que me quieres. Hazme de soporte emocional, mi novia me acosa y estoy triste, creo que me matará si la dejo. ¿Es que no entiendes mi pena? 

Ahí he exagerado un poco. No es que Silvia no me acose, ni tampoco que carezca de tendencias psicópatas cuando hago ademán de abordar el tema de la ruptura que, por cierto, llevo intentando llevar a cabo un mes. Es que no estoy triste, solo me siento acosado. No me tomes por un insensible, Silvia está loca, loca de verdad, es una pirada. Le tengo miedo no amor.

-¿No estás yendo al psiquiatra?
-Eso es un asunto legal.
-Que te jodan.

Después de algo así como media hora de discusión, finalmente Danny se ha ablandado y hemos quedado a las dos y veinte en casa de Helena. Rectifico: en el portal de Helena. Es la madrugada de un sábado, lo que significa que Helena está sola en casa, como yo y como Danny, los tres solitarios abandonados por unas figuras paternas negligentes. Como suelo decir; soy dado al melodramatismo, espero que no me lo tengas en cuenta, todo queda más poético si se exagera corréctamente. 

Tras llamar a Helena durante diez minutos al timbre, nos ha contestado de forma muy descortés y nos ha dedicado una serie de improperios que no voy a repetir antes de colgarnos el telefonillo. Después de volverla a llamar y de que se haya repetido la escena, finalmente ha pasado ésto:

-Voy a bajar, pero solo para partirnos la polla.

Evidentemente no lo ha hecho, pero sí que nos ha tirado un cubo de agua helada desde su balcón. Y teniendo en cuenta que estamos en febrero pues como que ha dolido. Pero supongo que ha sido el karma. 

Horas más tarde, un carrito de Mercadona abandonado, Danny y yo haciendo el cafre y Helenda dejándose llevar por la euforia de su beca para Oxford nos encontramos aquí, frente al Zara, con el carro estampado contra el escaparate, la alarma sonando, Helena gritando, Danny apunto del ataque de ansiedad con el teléfono en la mano, un par de borrachos en el Bancaja durmiendo a pie de litrona y yo observándolo todo e ignorando la vibración de mi móvil, una vibración que llevo sintiendo desde las nueve de la noche y que he decidido ignorar desde que he visto Silvia Gonzalez en la pantalla de mi móvil.

Una vibración por la que he decidido salir de casa. Entiéndeme, no me apetecía ser la décima víctima de violencia de género éste año, las cámaras nunca me han favorecido y la televisión me haría más bajito. 

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