miércoles, 1 de agosto de 2012

Amigos.

Pues le he dicho a Danny que pasaba de tanta petulancia. Después de una relación de años, lustros. Una relación que ha durado más de una década, para ser exactos una década y dos años, lo he mandado directamente, así, hablando en vulgo, a la puta mierda. Básicamente porque hoy tenía yo una de esas resacas que hacen historia. Una resaca de mucho absenta y cazaya con una gradación bastante considerable, y Danny me ha llamado a las nueve da la mañana contándome no se qué a voz en grito. Pero un no se qué muy estúpido. Uno de sus no se qué absurdos y carentes de cualquier tipo de significación vital, que en otro estado de salud simplemente me hubiese exasperado pero en un momento de resaca con alicientes estomacales a la par de migrañosos básicamente me ha tocado los cojones. Así, pero bien. 

Que tu mejor amigo se limpie el culo con billetes de quinientos, posea un ego más grande que Empire State de Nueva York y tenga como afición primordial tocarte las narices por teléfono cada vez que su madre se va de vacaciones al Caribe y lo deja solo en su gran casa tiene sus cosas positivas, pero en las mañanas de resaca resulta algo así como una mierda. Y es ahí donde lo he mandado. Realmente, si lo miro con perspectiva tras mi tercera manzanilla, mi segunda pastilla para la cabeza y el tercer episodio del maratón de Friends que están echando en la tele, si yo fuese otra persona Danny no volvería a hablarme en la vida. Aunque si yo fuese otra persona y él me hiciese ese tipo de jugadas yo tampoco le hablaría. Supongo que hemos llegado a un nivel de relación algo así como de hermandad. Al fin de cuentas los dos nos conocemos de toda la vida, hemos ido juntos a clase desde pequeños, los dos vivimos prácticamente solos y tenemos un par de madres medio sociópatas que sueñan con arruinar a los respectivos padres de sus hijos y hacer de sus vidas un infierno. Y no se yo si será el tiempo, la disfuncionalidad familiar o simplemente el cinismo que nos caracteriza a ambos, que pese a que él me sobrepase como veinte centímetros somos como hermanos. Rollo mellizos que no se parecen, como la peli esa en la que DeVito y Schwarzenegger eran gemelos, solo que yo soy más alto que DeVito y no estoy gordo, y Danny parece anoréxico así que de Terminator poco. Pero bueno, se sobreentiende el concepto. 

Además, Danny es el único ser en éste planeta que no me mata después de que le cancele planes cada dos por tres y que entiende mi asociabilidad total y mi odio hacia los grupos de gente. Y yo soy el único que puede tratar con él más de veinte minutos en sus momentos de auténtico esplendor narcisista sin partirle la boca o cortarle los huevos, porque no le comprendo pero se que en el fondo es un buen tío. 

Así que mientras me bebo la pastilla esa efervescente para la cabeza que sabe a Vichy Catalán, rememorando aquellos tiempos de mi infancia en los que Mónica todavía estaba soltera y Ross y Rachel no pensaban ni en darse un beso, miro mi móvil y pienso en llamar a Danny y decirle de cenar juntos. Así, como el matrimonio que somos. Como un marido arrepentido, cojo el móvil y aprieto la marcación rápida. Danny no me lo coge, está ofendido. Vuelvo a marcar.

-¿Qué quieres?

-Pedirte perdón.

Ésta es una de esas escenas de mi vida que me gusta reproducir porque así la gente se piensa que tengo un rollo de ambigüedad sexual muy complejo. Aunque si me conoces mínimamente sabes que éstos paripés simplemente me hacen mucha gracia, y que aunque se que Danny sería un marido estupendo que me proprocionaría una vida llena de lujos y excesos consumistas, lo nuestro es un imposible debido a nuestras claras inclinaciones heterosexuales. Aunque siempre he sabido que cuando él se divorcie por quinta vez y yo tenga mi segundo fracaso matrimonial (porque doy por hecho que él se divorciará por aburrimiento y yo porque mi mujer me dejará) viviremos juntos muy a lo Jack Lemmon y Walter Matthau. Pero ni él ni yo seremos adictos al orden o la limpieza, lo bueno de vivir con Danny será que él seguirá siendo un puto rico asqueroso y tendremos como veinte personas de servicio. 

Danny se hace el ofendido. Es muy mujer en éstas cosas.

-Me ha dolido, tío. Mucho.

-Es que a mí me duele más la cabeza -me excuso-. Anda, no te pongas así. Sabes que te quiero.

-Esas dos palabras no sanan heridas, tío. No lo hacen. 

-¿Y una cena en mi casa qué?

-¿Intentas comprarme? -Que el chaval que le vendió su amor incondicional a su padre por un todoterreno te diga eso es bastante irónico.

-Nunca tío. Lo sabes. ¿Pero quieres cenar en mi casa o qué?

No responde. Lo intento de nuevo.

-Venga, e iremos a los sitios esos de mierda a los que te gusta ir de fiesta. 

Ante la tentativa de una noche de fiesta, de esas que a mí me hacen agonizar y a él le encantan, Danny afloja.

-Pero al sitio que yo diga. Y no me vale que te quejes de la música.

-Prometido.

-Vale tío, estaré ahí sobre las nueve.

Y cuelga.

Me obligo a mí mismo a disfrutar de las pocas horas que me quedan antes de pasar un suplicio de noche rodeado de deficientes mentales que bailan música derrite-cerebros mientras intentan montarse una orgía común hasta arriba de hormonas y alcohol. Una de esas noches en las que a mí me dan ganas de suicidarme, matar a todo el mundo o ambas cosas. Mientras tanto, sigo viendo la reposición de Friendas y notando como el dolor de cabeza disminuye paulatinamente.

Odio ser el marido en una discusión. Los amigos son muy complicados. 


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