jueves, 12 de julio de 2012

Creo que buscaba la receta para ser infeliz y disfrutarlo. Esa que buscan todas las personas que, después de pensar tanto sobre la vida, la gente y la humanidad en general, concluyen que todo es una broma de mal gusto, una ironía del destino, y que nada tiene sentido. No se puede ser feliz cuando te das cuenta de que te han tomado el pelo, de que tus próximos cuarenta o cincuenta años van a ser eso: una broma estúpida. Repleta de gente corriente, de cosas corrientes y de personas insulsas que, en un intento desesperado de adquirir atención, no dudarán en darte cuantas puñaladas traperas puedan.
Y eso será parte de la broma, claro.
Así que decidió que disfrutaría de ello. Como ya lo habían hecho muchos antes de ella. Ni quejas, ni llevarse las manos a la cabeza. Nada de nada. Se reiría de todo. De la muerte, del dolor, de los sentimientos. Porque eso era lo que realmente importaba: reírse de la broma en la que había nacido. Y nada más, el resto era para aquellos estúpidos que todavía no lo habían entendido.
Que aún resultaban tan ingenuos como para creer. Ya no en qué o quién, sino simplemente creer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario