Valor desapareció una noche fría y sucia, en la que los árboles comenzaban a morir y el sol del próximo día quedaría enterrado bajo las nubes grises cargadas de lluvia, gotas mortales que encharcarían el suelo de la ciudad. El frío venidero congeló el asfalto mojado, y el cielo quedó de un color opaco, frío y grisaceo, cubierto por una fina pero resistente capa helada, cárcel de hielo que pondría emociones en tensión y enfríaría la sangre hasta amoratar las venas. Valor no pudo traspasar la muralla, lo intentó, y algunas veces se creyó dentro, pero el frío del invierno miedoso lo empujaba con sus vientos temblorosos y su piel de gallina hacia fuera, haciéndolo, a él, tiritar de frío.Valor, cansado de intentar romper definitivamente aquel horrendo muro frío, muro del miedo que congela el alma y amuralla el cuerpo, pensó que todo estaba perdido, y que nunca podría volver al lugar del que fue expulsado. Pero un día, cuando el verde volvía a divisarse en las praderas y las flores se habían abierto de nuevo ante un sol cercano que volvía a calentar, Valor se sorprendió viendo como aquellos barrotes infernales comenzaban a derretirse, poco a poco, y supo que solo tenía que esperar el momento indicado para que, con un leve toque de dedos, se deshiciesen del todo.
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