miércoles, 23 de enero de 2013

Relato escrito en Septiembre del 2009.
Personaje: William Cromwell. 
Historia: Aquellos que fuimos.



Will va a casarse, a sus treinta y dos. Repiquetea la mesa de madera caoba en su despacho situado en el centro de Londres con nerviosismo. Ha aceptado el compromiso con una mujer que a penas conoce, puro negocio para contentar a su padre. Hay que tenerlo contento, la mitad de la compañía todavía está a su nombre, un mínimo fallo y ese cincuenta por ciento de las acciones irán volando a otro de sus hermanos.


¿Pero casarse? No le entra en la cabeza la idea del matrimonio. Es inconcebible, es imposible, es… Él no puede casarse, no está hecho para ser un buen esposo, no con esa mujer a la que ha visto tan solo un par de veces y que tiene el cerebro más hueco que el interior de un balón de baloncesto. 



Se hecha para atrás, cargando todo el peso corporal sobre el respaldo de su silla giratoria. Mira hacia el techo y cierra los párpados unos instantes, mientras suelta un sonoro suspiro y se pasa una de sus manos por la cara. Se ha metido en un buen lío, y lo peor es que su padre todavía tiene setenta años. Va a tener que hacer el paripé con esa mema al menos un par de décadas más.



Perfecto, toda su vida a la mierda.



Él antes no era así, no era un mujeriego redomado que disfrutaba yéndose a la cama con una mujer distinta noche sí y noche también. En otro tiempo fue un adolescente al cual la mera idea de cometer una imprudencia y quedar en evidencia le escandalizaba.



Pero los años pasan, las perdidas se suceden y uno debe hacer de tripas corazón y seguir adelante. Debe olvidar el pasado y centrarse en el presente. Aunque tenga que llevar a sus ligues a las afueras de la ciudad, al lugar más recóndito de la capital, únicamente para que ningún paparazzi molesto les capte.



Siguen sin gustarle los altos riesgos. Pero ahora anhela olvidar fracasos pasados entre los brazos de alguna mujer, a la espera de encontrar alguna sustituta.



Y lo que mas le jode es que ya ha probado los de Harriet, la primera vez que se vieron, todo un triunfo. Pero más penoso es aún que no fue ninguna experiencia memorable. Y tendrá que cargar con un arsenal de ellas en los próximos veinte años.



Porque si algo es William Andrew Cromnwell por encima de todo, es un hombre de palabra. Y si jura ante un juez ser un esposo fiel, sacrificará sus deseos viriles y lo será. Aunque tenga que tomar bromuro a diario para reprimirse.

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