domingo, 4 de noviembre de 2012

Cada cual tiene sus debilidades. La mía, sin duda, es Phil Collins. 

Cuando era pequeño, mi madre y mi tía Lina solían ponerme canciones de Phil Collins y me hacían bailar. Siempre he odiado bailar, pero ahora, muchos años después de eso, solo soy capaz de bailar si me ponen algo de Phil Collins. Ta vez por eso nunca piso las discotecas o los pubs. Ahí no suelen poner ese tipo de canciones. 

Así que ahora estoy aquí, con la música retumbando por toda la casa y yo dando saltos de acá para allá. Vistiéndome, haciéndome el desayuno, preparándome para ir a clase. Todo al son de Easy Lover. Y yo cantando, claro, que me la se de memoria. Cantando a grito pelado. Y no canto mal, de hecho canto de forma bastante aceptable, pero ahora mismo no me fijo en eso. Ahora somos yo y Phil Collins a las siete y media de la mañana, con un tiempo de perros y una pereza que te cagas. 

He puesto el móvil en vibración para que no me estorbe nadie por el WatsApp y sigo dando saltos. ¡Easy Easy Looooover! Phil Collins y no hay mas. 

Ayer visité a mamá, me tocaba la visita semanal. De hecho ella se había largado a Londres durante tres días a hacer unas gestiones, y volvió antes de ayer. Me llamó haciéndose la dramática, diciendo que la tenía abandonada. A mi madre le gusta mucho exagerar las cosas hasta un nivel extremo, aunque yo hace años que me inmunicé a eso. Me dijo que había visto a Danny en Londres, que me mandaba un beso gay de su parte. 

Por cosas de la vida, la tía Lina había vuelto de unas merecidas vacaciones en la Patagonia. Llevaba meses planeando el viaje, y volvió con los ánimos bajos. Había roto con su novio de cinco años, allí, en medio del viaje, entre vacas argentinas. La relación, por lo que supe, ya no iba nada bien y el viaje era una excusa para intentar arreglarla. 

-Pero es que un cristal roto, aunque se vuelva a pegar, sigue estando roto -le dijo mi madre, haciendo alarde de su cultura cinematográfica. 

Yo y mi familia de gente fracasada sentimentalmente. Todos, ni uno se salva. Aunque a mí, por el momento, no me va tan mal. 

Mamá sacó el vodka, de los buenos, de los que cuestan veinte euros mínimo, y comenzó a servir. Un brindis por la soltería, pidió, que sienta muy bien a cualquier edad. Y un brindis por las malas relaciones que se acaban, porque todos estamos mejor sin ellas. 

Y, entonces, como hacen siempre desde que tengo uso de razón cuando una de las dos no está bien. Entonces pusieron Phil Collins. Y no bailaron como antes, porque ya no tienen veinte años y un chiquillo de dieciocho meses por la casa. Ahora están ya en los cuarenta y yo tengo veinte y sentido de la vergüenza. Pero pusieron Easy Lover y Another Day in Paradise. Como siempre. Una y otra vez. Sin cansarse. 

Porque cuando están Phil Collins, necesitan escuchar Phil Collins. Es casi algo existencial. 

Cae un chaparrón de narices, y no me apetece nada tener que coger una bicicleta y tirar hacia clase. Anoche no dormí una mierda y Nora tiene unos días de aislamiento extremo, le dan de vez en cuando y no quiere ver a nadie. Nora también tiene lo suyo, pero no puedo recriminarle nada, yo no puedo hacer alarde de normalidad, precisamente. Es un día de mierda, y encima me he quedado sin leche. Pero me la suda, porque Phil Collins suena, los vecinos van a denunciarme por escándalo al tener la música tan alta y yo estoy cantando como un poseído, a grito pelado, un gran: EASY EASY LOVER.

Y cuando cantas eso, el mundo se puede ir a la puta mierda, que dará igual. 

Un día Phil Collins siempre necesita un soundtrack Phil Collins.

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