Eleanne lo observo de hito en hito, analizando cada fibra de su figura, de sus gestos, de su conducta corporal. Lo hacía sin el menor pestañeo, como si aquella especie de interrogatorio visual fuese lo más normal del mundo. Finalmente, tras un par de minutos de mera observación analítica, la joven se detuvo en los menudos ojos castaños del hombre y se llevó la pipa a la boca con desenvoltura. Aspiró un par de caladas y, expulsando el humo con elegancia, le respondió.
-Puedo aceptar la pedantería como adjetivo hacia mi persona, señor Nobel. Pero la arrogancia no está dentro de mis cualidades -descruzó sus piernas y las volvió a cruzar de nuevo, mientras una nube de humo revoloteaba alrededor de su cabeza-. La arrogancia, a fin de cuentas, no es más que la sobrevaloración de uno mismo. Y yo, señor Nobel, puedo asegurarle que no tengo un concepto personal más elevado de lo que procede. Si mi autoestima es alto, sin embargo, es porque los resultados de mis acciones han constatado un nivel elevado en lo que respecta a mi persona, nada más. Por otra parte, le concedo llamarme pedante. Por desgracia siempre he tenido un trato social cargado de pedantería, pero eso es algo que nunca he podido evitar. No lo pretendo, por supuesto, pero los recién conocidos suelen llevarse esa imagen de mí, nunca he entendido bien el por qué.
Anthony pudo ver como el señor Nobel, que sí pecaba de arrogante y narcisista en casi todos los aspectos de su vida, se enrojecía súbitamente ante las palabras de la joven Justice. Eleanne tenía el don, o tal vez era un simple juego que a ella le causaba gran diversión, de enviar al cuerno a todos aquellos que la molestaban con una exquisita y poética educación.
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