viernes, 11 de mayo de 2012

Las risas caen y salpican, como chorros de agua que resfrescan nuestros corazones en los sofocantes días de calor. Hay fantasmas rondando por la estancia, transparentes y taciturnos, ajenos a las gotas de agua que caen sobre el resto de los visitantes. Las risas no les llegan, ni les tocan, pero las escuchan incapaces de participar en el cántico de una alegría renovada, alegría que ya no es más la fachada vivaz de una melancolía que lo destruía todo a su paso. Ahora el fuego se mata con agua, agua de la felicidad, o de la simple alegría momentánea que se respira en un aire contaminado de recuerdos tóxicos, momentos que cuelgan en la atmósfera como si fuesen polaroids en gravedad cero. Fantasmas excluidos que permanecen entre nosotros pero quedaron rezagados y jamás podrán volver, a cada día que pasa van perdiendo su imagen, cayendo cada vez más en las garras de lo invisible, de una desaparición inminente que, con la primera ráfaga verdadera de poniente, se hará total, sumiéndolos en la inexistencia absoluta por toda la eternidad. 

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