jueves, 8 de noviembre de 2012

Vi a William preguntarle a Taylor por qué había vuelto. De dónde salía. Por qué se empeñaba en volver a su vida, una perfecta estructura tallada en cristal de bohemia, hermosamente frágil, y amenazar sus cimientos con aquellas botas infinitas de tacón con punta de diamante. Y la vi a ella responder:

-Los escaparates siempre son hermosos, William. Pero las tiendas, habitualmente, no son tan bonitas como lo que se ve desde fuera. Yo solo quiero instar a todos los que se apelotonan delante de tu escaparate a que entren a echarte un vistazo. 

Y le dijo que todo su mundo se basaba en mentiras. En aspiraciones de grandeza que él siempre había anhelado y hasta que no se marchó de aquél lugar en el que ambos se conocieron no consiguió. Él no era franco, ni con los demás, ni mucho menos con él mismo. William era todo portada, todo escaparate, todo cristal reluciente de una tienda que por dentro tenía más goteras que las casas abandonadas de los guetos de la ciudad. 

Así que Taylor le dijo:

-Está jodido. "Gruñón"

Y como todos aquellos que alcanzan el éxito partiendo de la absoluta desesperación por sobresalir en un mundo que amenaza con aplastarlos, William no supo como reaccionar ante aquella sentencia. No lo tenía planeado. Acababa de darse cuenta de que lo que creyó un plástico indestructible era, efectivamente, un mísero y frágil cristal. Y ni siquiera era de Bohemia. Era uno de éstos baratos, medio resquebrajados, que tan solo necesitan un mero golpe para estallar en mil pedazos.

Yo vi como William se daba cuenta de que su hora, definitivamente, había llegado.

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